Le llamaban François el Magnífico…
A medio camino entre James Dean por su juventud hecha pedazos y Alain Delon por la mirada azul turquesa y su magnetismo salvaje.
François Cevert habría podido ser concertista, actor o simplemente hijo de buena familia. Prefirió las carreras automovilísticas. Análisis de la trayectoria fulgurante y rota de un icono de la Fórmula 1™.
La Fórmula 1™ ha tenido playboys, seductores irredentos y ligones compulsivos. François Cevert, sin embargo, pertenece a otra categoría. La suya propia. A medio camino entre James Dean por su juventud hecha pedazos y Alain Delon por la mirada azul turquesa y su magnetismo salvaje, Cevert sigue siendo objeto de ensoñación casi cuarenta años después de su muerte en Watkins Glen el 6 de octubre de 1973 durante las pruebas del Gran Premio de Estados Unidos. Cruel ironía del destino, el francés había logrado su única victoria en F1 en ese mismo circuito dos años antes.
Como hiciera Gilles Villeneuve unos años después, el piloto nacido bajo el nombre de Albert François Cevert Goldenberg en 1944 en un París todavía ocupado, sacudió los espíritus tanto por su carisma como por su manejo del volante. El chico lo tiene todo. Es guapo, tiene talento y sabe no hacerlo notar demasiado. Para la prensa es «El Príncipe». Se le atribuyen romances con Brigitte Bardot y Alexandra Stewart. Él hace caso omiso a las habladurías y se divierte de su éxito tomándole el pelo a su novia oficial, Christina de Caraman. El piloto es un príncipe sin corona que aprende su oficio a la sombra de Jackie Stewart, su compañero de equipo y mecenas en Tyrrell. «Con la experiencia, habría llegado a ser mejor piloto que yo», asegura el triple campeón del mundo británico. Cevert no es el que acumula más títulos, pero pronto se convierte en el preferido del público. El cine lo reclama. Cevert siempre rechaza sus propuestas. Se justifica diciendo que no es «buen actor». Y además, ya ha escrito el guión de su vida: ser el primer francés campeón del mundo. «Si alguien puede demostrarme de forma inequívoca que no tengo talento para pilotar, prefiero dejarlo ahora mismo, declara un día. Porque significaría que nunca podría ser el mejor.»
Pianista y luego vendedor
Todo parece fácil para él, y como ganado de antemano. Sin embargo, el apuesto joven oculta tras sus sonrisas y sus guiños una determinación fría aunque nunca arrogante, nacida de un recorrido personal que no se parecía en nada a la recta de Monza. Hijo de un joyero, proveniente de la burguesía de Neuilly-sur-Seine, escapó a su primer destino. Su padre sueña con que se convierta en un gran pianista clásico dando recitales en las salas más prestigiosas. Hasta los 19 años, François Cevert practica el instrumento con disciplina: «Me apasionaba la música, estudié doce años de conservatorio. Me pasaba los domingos tocando una y otra vez las partituras de mis intérpretes que había grabado con mi magnetófono». Con la adolescencia, contrae el virus de la velocidad. Recorre como un rayo las avenidas de París conduciendo su primera moto. Su padre lo desaprueba: «Me veía volver con las manos llenas de aceite y me preguntaba cómo iba a tocar el piano después». Cuando decide dedicar su vida a las carreras de automóvil, su padre le echa de casa. El niño de buena familia debe volar con sus propias alas. Tiene que improvisar el oficio de vendedor a domicilio, llamando de puerta en puerta para financiar su pasión.
Los comienzos son difíciles. En su primera temporada en monoplaza, termina seis carreras de 22. Su novia de aquella época, Nanou van Malderen, habla de esta etapa de vacas flacas en la que tenían que buscarse la vida. «Llegábamos en plena noche al hotel, esperábamos a que el conserje se durmiese y nos metíamos en la primera habitación vacía, recuerda hoy con una sonrisa. Levantábamos el campamento a primera hora de la mañana antes de que nos pillaran». La perseverancia da sus frutos. François Cevert gana un volante en F1 en 1970 y vive de su pasión. Tras una temporada de “rodaje”, su talento por fin se despliega. Francia ha encontrado a su campeón. En 1974, Cevert tiene que remplazar a Stewart como número uno en Tyrrell. Su destino está escrito. No le da la menor importancia a la vidente que predice a Nanou van Malderen que su novio «no cumplirá los 30 años». El piloto es consciente de los riesgos de su oficio. No cree ser imprudente: «Antes de intentar un adelantamiento alocado, me digo que una vez muerto ya no podré ser un héroe.» Se equivocaba. Su trágica muerte lo convierte en un icono de la F1. Se convierte sin saberlo en el primer ídolo de un brasileño de 13 años. ¿Su nombre? Ayrton Senna.
Por Alexandre Pedro